En la práctica clínica diaria es frecuente encontrar pacientes los cuales muestran una resistencia, ya sea de forma consciente o inconsciente, la cual dificulta el trabajo terapéutico. Esta resistencia se refiere a la dificultad o incapaz de “abrirse” en la cual los sujetos se escudan y a través de la cual se “defienden”, de forma que se produce un proceso de obstaculización del cambio terapéutico; se trataría de una especie de mecanismo de defensa que se activa ante una posible entrada extraña; esta obstaculización requiere de una habilidad por parte del profesional que ayude a sortear y manejar dichas resistencias para lograr llegar al paciente y, de este modo, conseguir el cambio.
Las citadas resistencias que puede mostrar el paciente poseen diferentes manifestaciones, entre las cuales se encuentran las que se citan a continuación:
– Deseo de que el otro cambie, sin tener en cuenta la posibilidad de cambiar uno mismo como forma de lograr el cambio ajeno y el propio.
– Empleo frecuente de la frase hecha “yo soy así”, como afirmación que implica la imposibilidad de una variación.
– Dificultad, por parte del paciente, para tolerar un lenguaje directo, claro y clarificador.
– Seguimiento de las pautas terapéuticas pero de un modo superficial, sin una involucración profunda.
– Postergación y/o retraso de las sesiones fijadas de forma frecuente.
– Ataque a la forma de trabajar del profesional.
– Mantenimiento de un silencio significativo durante la sesión.
– Paso de un tema de conversación a otro, abordando varios diferentes, pero sin centrarse en uno concreto.
Así pues, como se observa, son numerosas las posibles manifestaciones de resistencia que se pueden encontrar en la práctica terapéutica. Sin embargo, no por previsibles o frecuentes son menos importantes dentro del proceso, más bien todo lo contrario, es necesario tenerlas muy en cuenta ya que pueden ofrecer al terapeuta información sumamente valiosa sobre diferentes aspectos del paciente. De este modo, cuando se identifica cierto nivel de resistencia es útil que el profesional se haga algunas preguntas al respecto, como por ejemplo:
– ¿Para qué emplea esta resistencia el paciente?
– ¿Qué quiere conseguir?
– ¿Por qué la usa al abordar este tema y no otros?
– ¿Cómo se puede manejar?
Dando respuesta a estas cuestiones el terapeuta podrá afrontar la situación de un modo más eficaz, pudiendo manejar así la misma y llegando a aquello que, por ser “defendido” fuertemente, seguramente sea de gran relevancia para el proceso terapéutico.